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En la cima del volcán Carihuairazo, en la provincia de Chimborazo, el silencio de los Andes es interrumpido por el goteo constante del deshielo. Es una cuenta regresiva silenciosa que pocos escuchan, pero cuyos efectos ya se sienten con fuerza en las comunidades cercanas. Ecuador, país megadiverso y atravesado por la línea ecuatorial, está perdiendo una de sus riquezas más frágiles: sus glaciares.
En las últimas décadas, el país perdió un tercio de su superficie glaciar, específicamente el 35.4% en 39 años, según un análisis satelital ejecutado por MapBiomas Ecuador. En la actualidad, solo permanecen activos seis glaciares: Antisana, Cayambe, Chimborazo, Cotopaxi, El Altar y Carihuairazo, ubicados entre las provincias de Pichincha, Tungurahua y Chimborazo.
De estos, el Antisana es considerado el más estable, aunque también muestra signos de reducción acelerada. En contraste, el Carihuairazo ha perdido cerca del 96% de su masa glaciar y ya se habla de su extinción inminente.
“La desaparición de nuestros glaciares no es un hecho aislado, sino un síntoma claro del calentamiento global”, señala Mercedes Villa Achupallas, directora de la carrera de Ingeniería Ambiental de la Universidad Técnica Particular de Loja (UTPL).
La académica explica que este fenómeno, impulsado principalmente por actividades humanas como el uso intensivo de combustibles fósiles, la descomposición inadecuada de residuos y el crecimiento urbano no planificado, está modificando los patrones climáticos del planeta y generando eventos extremos como sequías, inundaciones y olas de calor.
La pérdida no afecta solo al ecosistema altoandino, también se compromete la disponibilidad de agua dulce, indispensable para el consumo humano, la agricultura y los ecosistemas.
Para las comunidades que viven en los alrededores, como la cuenca del río Papallacta, el deshielo ha sido históricamente una fuente importante de agua para el consumo humano, la agricultura y la generación de energía. La disminución del flujo hídrico afecta directamente la producción y pone en riesgo la seguridad alimentaria de cientos de familias.
“Estamos hablando de reservas naturales de agua que pueden dejar de existir, lo que nos volvería una población vulnerable frente a fenómenos como la escasez hídrica”, advierte la experta.
La desaparición de los glaciares es una clara señal de que el equilibrio del planeta está en riesgo. El hielo que se derrite en la cima de los Andes trae consecuencias directas en los valles y ciudades: alteración de los ciclos hídricos, desplazamiento de comunidades, pérdida de biodiversidad y aumento del riesgo de desastres naturales.
La situación demanda acciones inmediatas. Villa Achupallas subraya que, aunque existen leyes e información suficiente para reducir el impacto ambiental, “no hay un cambio real en el comportamiento humano ni en las políticas públicas”. La prevención, más que la reacción tardía, es clave.
Aunque revertir el daño ya causado es imposible, todavía es tiempo de actuar. La educación, la ciencia y las políticas públicas pueden ayudar a frenar el avance del calentamiento global y a proteger lo que aún queda.