La innovación social impulsa la recuperación de una quebrada y su comunidad

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En uno de los rincones de Loja, un sector empezó a respirar de nuevo. Allí, donde antes se acumulaban botellas, desechos y silencio, ahora crecen huertos, se caminan senderos y los niños juegan bajo nueva luz. No es una utopía, es un proceso en marcha que nace desde la innovación social, bajo el nombre “Revitalización sustentable de espacios urbano-arquitectónicos y agroproductivos en zonas aledañas a la quebrada de San Cayetano”.

El proyecto, impulsado por estudiantes y docentes de las carreras de Arquitectura y Agropecuaria de la Universidad Técnica Particular de Loja (UTPL), articula prácticas interdisciplinarias, sostenibilidad ambiental y transformación comunitaria. No se trata de reforestar solamente o diseñar espacios; se trata de devolverle propósito a un territorio en transición.

“Este sector no es ni urbano ni rural. Está creciendo, está vivo. Tiene potencial agroproductivo y social, pero estaba abandonado. La clave fue trabajar con la comunidad, no para ellos”, explica Sebastián Loaiza, estudiante de Agropecuaria y parte activa del proyecto.

Proyecto colaborativo de la UTPL busca integrar a toda una comunidad.

 

La quebrada de San Cayetano, en la periferia urbana de Loja, representa una postal recurrente en muchas ciudades latinoamericanas: espacios intermedios donde la planificación urbana no alcanza, la infraestructura básica es insuficiente y la vida comunitaria se va desdibujando.

Allí, donde confluyen asentamientos irregulares y potencial agrícola desaprovechado, la UTPL detectó una oportunidad pedagógica y social. Con enfoque en dos Objetivos de Desarrollo Sostenible hambre cero e industria, innovación e infraestructura—, los equipos interdisciplinarios se propusieron diseñar una intervención con sentido: paisajismo, producción agropecuaria, espacios públicos y capacitación comunitaria.

“Lo primero fue ordenar el territorio con perspectiva arquitectónica. Luego, diagnosticar junto a la comunidad qué podía cultivase, cómo mejorar las condiciones pecuarias y cómo fortalecer lo común”, explica Loaiza.

Los resultados no tardaron en hacerse visibles. Huertos comunales, senderos despejados, iluminación, espacios de reunión y formación sobre cultivos y manejo animal. Más aún: reducción del 80% en los niveles de contaminación del entorno inmediato y una marcada disminución de la delincuencia, según testimonios de los propios vecinos.

“Antes encontrábamos botellas de alcohol, colillas, basura. Ahora, la gente camina, los niños juegan y el espacio se habita con dignidad. Eso transforma”, señala el estudiante.

La intervención recupera el entorno físico y activa un tejido social fragmentado. Escuelas, familias y adultos mayores han sido parte de los talleres, recorridos y jornadas de trabajo. La propuesta no busca imponer, busca empoderar a la comunidad como protagonista del cambio.

La comunidad unida para transformar sus espacios.

 

El diseño como herramienta de justicia territorial

En un país donde las fronteras entre ciudad y campo son cada vez más difusas, la propuesta liderada por UTPL es también un manifiesto pedagógico. La arquitectura aquí no se concibe como estética aislada, sino como instrumento de justicia espacial. Y la agropecuaria deja de ser “solo animalitos y plantas” —como dice Sebastián entre risas— para convertirse en un medio de subsistencia, identidad y resistencia.

Los materiales usados en las construcciones —excepto por el ladrillo estructural— son reciclables. Los huertos no son demostrativos: son productivos. El enfoque no es asistencial, es colaborativo. Se busca que los propios habitantes administren a futuro los espacios transformados, incluso con gestión de fondos y autogestión comunitaria.

“Queremos que este lugar sea un modelo replicable para otras provincias. Que muestre que sí se puede transformar desde el saber técnico con compromiso social”, afirma el estudiante.

Este tipo de intervención encarna una de las mayores fortalezas de la UTPL: su capacidad de vincular teoría y territorio, aprendizaje y realidad. A través de asignaturas integradoras, los estudiantes no solo aplican conocimientos, sino que los generan, los ponen a prueba y los ajustan según las dinámicas locales.

La carrera de Agropecuaria, que ha sido reconocida en rankings internacionales como QS por su aporte a la agricultura y reforestación, vuelve a demostrar que la sostenibilidad va más allá de un discurso, y en alianza con la carrera de Arquitectura, logra articular soluciones completas, sensibles y técnicamente viables.

El mensaje de quienes lo impulsan es claro: necesitamos volver a mirar lo local, lo natural, lo comunitario. El cambio climático no es un mito, ni la sostenibilidad, un lujo. La quebrada de San Cayetano es testigo de lo que puede lograrse cuando la academia se conecta con el entorno, cuando el diseño y el cultivo caminan juntos, y cuando el desarrollo no se mide solo en cifras, sino en vidas transformadas.

 

Desde la UTPL trabajamos en proyectos de vinculación que aportan al desarrollo sostenible

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