La educación actual, para ser legítima, necesita transmitir a los estudiantes valores morales, no solo para crecer como persona, sino también para construir un mundo mejor. Se necesita educar desde el ejemplo y el testimonio de vida. Debe despertar mundos nuevos, promover la creatividad, la asunción de nuevos retos y lo más importante, generar un sentido de trascendencia y perfección.

En el ámbito de la Educación Superior cristiana, el docente debe ser aquel que se despoja de sus sentimientos y emociones para tomar como único modelo a Cristo, y así, convertirse, transformarse y dar una luz nueva a aquellos que la necesitan.

El maestro cristiano, es la persona que lleva un mensaje nuevo al corazón humano, es capaz de educar de forma sencilla para que todos lo entiendan. Toda su vida pública es interpretada desde la enseñanza, pues, entiende y proyecta su vida desde el evangelio, transmite la buena nueva y educa desde la pedagogía del amor, no desde la imposición, ni de la autoridad.

Los catedráticos universitarios, deben plantearse retos más cercanos a las humanidades, ya que tienen una misión espiritual en la educación, y es, enseñar a que las personas se comprendan y se interesen por el otro despojando su interés personal. Deben generar un compromiso comunitario, que permitirá construir un mundo donde hacer el bien a los demás, es la prioridad.