Sueños que se construyen gracias a la educación en modalidad a distancia y en línea

Mucho se habla del cuidado de la capa de ozono y de la importancia que tiene para la vida en la Tierra; sin embargo, pocas veces nos detenemos a pensar que este “escudo invisible”, como lo define la ONU, es lo que permite que los seres humanos, animales, plantas y ecosistemas enteros sobrevivan. La investigación científica indica que su deterioro repercute en cáncer de piel, daños oculares, desequilibrios en los cultivos e impactos directos en la biodiversidad.
Cada 16 de septiembre el mundo conmemora el Día Internacional de la Preservación de la Capa de Ozono, donde se recuerda la firma del Protocolo de Montreal en 1987, uno de los tratados ambientales más exitosos de la historia. Gracias a él, 197 se sumaron para eliminar gradualmente sustancias que destruyen la capa de ozono, como los clorofluorocarbonos (CFC).
No obstante, la batalla aún no está ganada. Nuevas amenazas, como los incendios forestales de gran magnitud, el uso de sustancias halógenas de vida corta o la experimentación con geoingeniería, representan riesgos que podrían retrasar la recuperación del ozono.
Las universidades y centros de investigación cumplen un rol importante, si bien son generadores de conocimiento para entender cómo evoluciona la atmósfera, también forman a los futuros científicos, ingenieros, comunicadores y líderes ambientales que sostendrán esta lucha en las próximas décadas.
En Ecuador, la Universidad Técnica Particular de Loja (UTPL) es un ejemplo de este compromiso. Ha desarrollado proyectos orientados a la reducción de contaminantes atmosféricos, la gestión de residuos y la promoción de energías renovables, acciones que contribuyen indirectamente a proteger la capa de ozono y mitigar el cambio climático.
Cada proyecto, aunque parezca pequeño, es una pieza en la tarea global de mantener intacto el escudo que protege la vida.
Pero más allá de lo que hacen las universidades, la preservación de la capa de ozono también empieza en casa. Cada persona puede aportar desde su vida cotidiana con pequeñas acciones que, al multiplicarse, generan un gran impacto colectivo.
Ahorrar energía es uno de los pasos más sencillos y efectivos, por ejemplo, apagar las luces y los aparatos eléctricos cuando no se utilizan, aprovechar la luz natural y optar por bombillas LED son gestos que reducen la demanda energética y, con ello, las emisiones contaminantes. Lo mismo ocurre con la movilidad: caminar, usar bicicleta o preferir el transporte público ayuda a disminuir el consumo de combustibles fósiles.
Otro aspecto clave está en los productos que elegimos. Evitar aerosoles que contienen compuestos dañinos, como los CFC, o preferir alternativas biodegradables y locales, esto contribuye a frenar el deterioro ambiental. Del mismo modo, separar y clasificar los residuos en orgánicos, plásticos, vidrio y papel permite que estos materiales tengan una segunda vida útil y no terminen contaminando ecosistemas.
Finalmente, adoptar hábitos de consumo responsable, como apoyar a productores sostenibles, reutilizar lo que aún tiene valor y reducir el uso innecesario de plásticos, son compromisos alcanzables que suman a la causa.