UTPL, top 3 en ranking de universidades comprometidas con los ODS en Ecuador

Los bosques tropicales no solo oxigenan el planeta; también lo mantienen. Funcionan como gigantescas máquinas naturales que regulan el clima, capturan carbono, protegen los suelos y permiten la vida de millones de especies —incluidos los humanos—. Son, en definitiva, el equilibrio vital del planeta. Pero ese equilibrio hoy está en riesgo, y la investigación es más importante que nunca.
En América Latina, la Amazonía —donde se ubica el bosque tropical más grande del mundo— pierde casi un millón de hectáreasal año, de acuerdo con el Global Forest Watch. La expansión agrícola, la minería, la tala ilegal y los incendios forestales están llevando al borde de la desaparición a muchas de sus especies más emblemáticas.
Ecuador, país megadiverso que alberga más de 18.000 especies de plantas, no escapa a esta crisis. En lo profundo de la provincia de Pastaza, en la Amazonía ecuatoriana, dos árboles majestuosos y de gran valor ecológico y comercial están desapareciendo: el cedro (Cedrela odorata) y el ahuano (Swietenia macrophylla).
Ambas especies, muy valoradas por su madera fina, han sido explotadas durante décadas. Hoy se encuentran amenazadas por la deforestación y la tala selectiva, y están incluidas en la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas (CITES), un acuerdo global que busca evitar que el comercio internacional de flora y fauna silvestres ponga en riesgo su supervivencia.
Un estudio liderado por el Ministerio del Ambiente, Agua y Transición Ecológica (MAATE), con apoyo técnico y científico de la Universidad Técnica Particular de Loja (UTPL), reveló una situación preocupante: en varias parcelas de monitoreo en la provincia de Pastaza, no se encontraron ejemplares de estas especies.
“Esperábamos hallar más ejemplares, pero la realidad fue otra: la tala selectiva, la expansión agrícola y la minería han reducido drásticamente sus poblaciones”, explica Ángel Benítez Chávez, coordinador de la carrera de Gestión Ambiental de la UTPL y director del proyecto de investigación.
El proyecto, que duró aproximadamente un año, aplicó metodologías del Inventario Nacional Forestal para el diagnóstico poblacional. Se instalaron parcelas de 50x50 metros en las que se midió el diámetro de los árboles, su altura y georreferenció cada ejemplar. Sin embargo, en muchas zonas donde habitan las especies, los investigadores encontraron algo aún más grave: la total ausencia de los árboles buscados.
Más allá de la ciencia, el proyecto destacó por su enfoque participativo. Brigadas conformadas por técnicos y habitantes de comunidades amazónicas realizaron los muestreos. Las comunidades fueron capacitadas en diferentes áreas y tomaron liderazgo en la conservación.
“Lo más valioso fue ver cómo las personas ya no participaban solo por un incentivo económico, sino porque se identificaban con el bosque. Querían protegerlo”, relata Benítez.
Actualmente, varias de estas comunidades mantienen viveros activos con plántulas de cedro y ahuano, y están listas para participar en fututos proyectos de restauración ecológica de sus territorios.
Una de las líneas más prometedoras de la investigación fue la exploración de usos no destructivos de estas especies. Se recolectaron hojas para analizar sus aceites esenciales y desarrollar productos que generen ingresos sin talar los árboles.
“El desafío es pasar de una economía extractiva a una sustentable. No se trata de prohibir, sino de enseñar a usar el bosque de forma inteligente”, sostiene el investigador.
Además, se ha propuesto implementar sistemas agroforestales en chaKras comunitarias, donde el cedro y el ahuano puedan coexistir con cultivos de subsistencia. La idea es combinar restauración con producción sostenible.
Este es uno de los pocos proyectos en el país que aborda la conservación forestal desde un enfoque científico, social y económico de forma integrada. La UTPL y el MAATE ya preparan una segunda etapa del proyecto para buscar financiamiento. Esta incluirá el monitoreo de la dinámica poblacional, el análisis del comercio ilegal y la selección de árboles como fuentes semilleras para futuras acciones de restauración.
“No podemos generalizar con datos de otros países. Necesitamos información local, real, que nos diga cómo crecen estas especies en nuestros suelos y bajo nuestras condiciones climáticas”, explica Benítez.
El objetivo es convertir la conservación en una estrategia viable, replicable y sostenida en el tiempo.