Laboratorios abiertos para los caficultores de Loja

Recordar el primer grito de independencia del 10 de agosto de 1809 es una práctica que contribuye al conocimiento compartido sobre el pasado y al reconocimiento de los procesos que configuran la vida pública de los ecuatorianos. La conmemoración permite identificar valores que sostienen la convivencia y ofrece un marco para interpretar las responsabilidades ciudadanas. En este sentido, la relación entre memoria y formación cívica exige instituciones que integren la reflexión histórica con la educación superior, de modo que la transmisión de conocimiento se complemente con una formación en responsabilidad ciudadana.
Es en este punto en que la educación universitaria se alinea como espacio en el que convergen el conocimiento técnico y la reflexión ética. En el caso de la Universidad Técnica Particular de Loja (UTPL), la vinculación de la búsqueda de la verdad con una tradición ética institucional es importante.
Como señala Gabriel García Torres, secretario general de la institución, “la UTPL tiene como visión, desde el humanismo, buscar la verdad. Pero no se la busca desde cualquier ángulo, sino desde el humanismo de Cristo. En ese mismo sentido, una de las formas de buscar la verdad es encontrar la libertad mediante el entendimiento de la responsabilidad que nuestros actos conscientes generan”.
La discusión sobre libertad remite a un propósito formativo concreto. Según García, la universidad debe diseñar itinerarios que tensionen la libertad individual con el bien común. Esa tensión se aborda mediante materias transversales y prácticas docentes que apuntan a la vivencia de valores. Subraya la centralidad del ejemplo profesional como método pedagógico y la necesidad de que las prácticas institucionales sean coherentes con los énfasis formativos que se promueven.
Por ello, la UTPL incorpora iniciativas que buscan articular teoría y práctica ciudadana. La creación de la carrea de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales aparece como un ejemplo de esa articulación. Para García, esta entidad pretende hacer entender la política como fue en sus orígenes; es decir, se presenta como un espacio para recuperar nociones básicas sobre lo público y para fortalecer el pensamiento crítico frente a riesgos contemporáneos como la demagogia.
Los enfoques en pensamiento crítico y en guía docente adquieren mayor sentido cuando se considera la relación entre juventud y formación.
Gabriel García recurre a una imagen para describir la situación de los estudiantes y el papel del maestro: “Decía Fernando Rielo que los jóvenes son más ilusión que pensamiento y por eso, más que amigos, necesitan maestros. El maestro de alguna manera tiene que ser líder y eso es fundamental en los tiempos que corren, en esos tiempos de Internet, inteligencias artificiales y otras tecnologías”.
Frente a entornos tecnológicos y a la velocidad de la información, la universidad y sus docentes conservan una función de orientación que combina conocimiento y responsabilidad ética.
La intervención de García coloca también un deber explícito sobre quienes cursan estudios superiores. Recordaba la noción de esfuerzo académico como responsabilidad pública y remitía a una idea que suele citarse en el ámbito educativo: estudiar, estudiar y estudiar. Esa máxima se presenta como un mandato orientado hacia la preparación para el servicio social y la transformación de contextos, entendida como la finalidad última de la formación universitaria.
En la reflexión sobre lo público, la UTPL plantea una concepción colectiva. Hay que entender que lo público no se reduce a bienes materiales, sino que incluye relaciones y normas compartidas. García lo explica con claridad al decir que lo público es lo común, no pertenece a nadie, sino que es de todos. Lo público es entender al prójimo. Esa definición permite vincular la dimensión ambiental, la dimensión relacional y la dimensión ética bajo una misma categoría política.
El mensaje institucional de la universidad invita a la continuidad del humanismo de Cristo y convoca a mantener la condición de universidad como comunidad organizada alrededor de visiones compartidas.
Gabriel García sintetiza esa orientación en una formulación que incorpora la referencia religiosa con una propuesta de bien colectivo: “El mensaje es que trataremos de seguir siendo universidad y ser universidad en primer lugar implica entendernos como comunidad, el ideal que nos mantiene como humanidad es aquella propuesta tan importante de Cristo como humanista, del humanismo de Cristo, que reivindica la mayor solidaridad”.
Desde esa perspectiva, la institución define su compromiso con la historia, la ética y la participación como elementos articuladores de su misión.
La confluencia entre memoria histórica, formación cívica y acción institucional configura un marco de responsabilidades. La rememoración del 10 de agosto permite resaltar y profundizar en valores que forman parte constante del trabajo de la UTPL; la formación universitaria ofrece instrumentos para transformar esos valores en prácticas profesionales; y la institución aporta mecanismos concretos, programas, materias transversales, iniciativas docentes, para que esa conversión ocurra en los espacios de formación. En ese recorrido, las voces de los actores institucionales, como la de Gabriel García, funcionan como referentes para precisar fines y medios sin diluir la discusión en consignas.
El desafío para la comunidad universitaria y para quienes participan en la vida pública es mantener la coherencia entre memoria, formación y acción. La universidad tiene un lugar en esa acción cuando sus propuestas se orientan hacia la responsabilidad, el pensamiento crítico y la consideración de lo común. Por ello, la participación institucional de la UTPL aparece como un elemento que contribuye a la formación de ciudadanos con capacidad de deliberar y con disposición para asumir compromisos con la comunidad.